Soy una calesita. Doy vueltas y más vueltas, sin parar, sin razón alguna. Me mareo, y paro. Hasta que otro sube y volvemos a lo mismo. Y aunque me gustaría cambiar de dirección, no puedo. No sólo me gustaría, muero por hacerlo, pero no me sale o no me animo. Y he aquí la historia de una joven que siendo una calesita, de esas que prometen ser las más brillantes y con las mejores melodías durante el recorrido, termina siendo la calesita a la que nadie sube, la que se ve opacada por el polvo y tierra que tiene encima, la que está sola a un lado del parque.
Si tan sólo me animara a cambiar de dirección. Ver las cosas de otra manera, desde otra perspectiva. Por no arriesgarme, perdí un millón de oportunidades, y varios se bajaron...
Hace 15 años